Camarada David - un relato de ficción sobre alguien muy real
Con los espasmos finales, Mariona atrapó la cabeza del chico con fuerza, notando la lengua torturarle el clítoris con un par de lamidas más. Cuando el orgasmo aflojó, también lo hizo la presión de las piernas y David pudo levantar la cabeza.
—¡Virgen María y Señor Mío Todopoderoso! —exclamó Mariona— Nadie me había comido el coño tan bien en la vida.
—Pues espera que aprenda tus zonas erógenas y verás que lo de hoy ha sido solo un ensayo.
Mariona estuvo a punto de decirle que no tuviera tanta prisa en asumir que repetirían, pero se detuvo antes de hablar. David le gustaba mucho y, después de la sesión de hoy, era casi seguro que le gustaría volver a quedar con él.
—Es más que evidente que sabes usar la lengua para algo más que dar discursos en las asambleas.
—Es una buena práctica, pero también ayuda el hecho de tener una señora lengua.
Se conocieron en la reunión para decidir cuáles serían las siguientes acciones después de la mani por los derechos de las personas inmigrantes del mes de junio y, a pesar de haber salido en pandilla unas cuantas veces, hoy era la primera vez que quedaban solos. A ella le encantaba el tono suave, pero firme que él empleaba para dirigir a los compañeros. Tenía un tipo de actitud serena y contenida que lo hacía parecer seguro de sí mismo. Y el acento, ay, el acento; hablaba un castellano perfecto donde se intuía el origen británico en cada frase.
—Ya, pero no será de hablar que tienes tanta práctica en esto de comer chochos, ¿no?
—Si lo que preguntas es si he salvaguardado mi virginidad hasta conocer a la persona adecuada, te tendré que decepcionar y confesar que no, que ya había comido chochos antes.
—¡Ooooooh! —Mariona fingió que lloraba— Y yo que pensaba que era especial.
David volvió a acostarse junto a la chica y, pasando un brazo por detrás de su cabeza, la abrazó.
—¡Oye!, que yo no he dicho que no lo seas. Eres muy especial. Lo sé desde la primera vez que te escuché hablar en la asamblea. Tu punto de vista sobre integración es brutal.
—¡Uy sí, brutalísimo! No salió adelante.
—Pero esto no es culpa tuya. A veces nuestros compañeros pueden pasarse un pelo de prudentes. Debemos mostrar a los gobernantes que no cederemos, por mucho que quieran que lo hagamos.
Por un momento, Mariona olvidó que estaba desnuda en brazos de su amante. Se medio levantó de un salto.
—Es que no lo entiendo. Muchos de ellos no paran de hablar de hacer la revolución, de enfrentarse a los polis, de liarla parda...
—Y después se quedan a medio gas cuando se les presenta la oportunidad de hacer todo lo que dicen que harían —David estiró de Mariona hasta volver a tenerla abrazada—. No están realmente comprometidos con lo que predican.
—A veces tengo ganas de ponerme a gritar. Si tenemos un privilegio por ser blancos, nacidos aquí, lo tenemos que usar para luchar por quienes no pueden hacerlo por sí mismos.
—Es exactamente eso.
—Y que tenemos compañeros que, en el fondo, no ven con buenos ojos que pidamos papeles para todo el mundo. A algunos no les importaría en absoluto que el gobierno endureciera sus políticas antiinmigración.
—Porque no entienden que los pobres migrantes no tienen la culpa de nada. Suficiente pena tienen con verse obligados a abandonar su tierra para sobrevivir de cualquier manera.
—Eso mismo.
—Además, quieren que los auténticos culpables les arreglen el problema.
—Los gobernantes.
—Sí, pero no solo los gobernantes. Yo hablo de los judíos.
Mariona se calló justo a tiempo. Le iba a dar la razón porque era evidente que tenían los mismos pensamientos. Estaba segura de que lo último que había dicho no había sido lo que ella creía haber oído.
—¿De quién?
—La culpa es de los judíos. Todo el mundo sabe, pero no quiere admitir, que todo este alud de inmigrantes yendo de un lado a otro es una conjura de los Sabios de Sion para desestabilizar Occidente.
—Eh...
—¿Quién domina las comunicaciones mundiales? Ellos. ¿Quién domina muchos gobiernos, siempre desde las sombras? Ellos. Si tienes dudas sobre por qué una institución no hace aquello que parece que tendría que estar haciendo, puedes poner la mano en el fuego; los judíos están haciendo de las suyas.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y Mariona notó que se le ponía la piel de gallina. Los pelos de piernas y brazos se le pusieron de punta. Solo podía pensar que David bromeaba y que, en cualquier momento, se echaría a reír. No le parecía una broma de buen gusto y ahora veía que, por muy bien que supiera comerle el coño, quizás no sería buena idea volver a quedar a solas con él.
—¿Lo dices en serio?
—No acostumbro a bromear cuando se trata de los Sabios de Sion y sus protocolos.
De un bote se separó de él y se tapó con la sábana.
—Ahora me dirás que la tierra es plana, ¿no?
—No digas sandeces. La tierra es una esfera, levemente aplastada en los polos.
—¡Menos mal! —dijo con ironía Mariona.
—Solo una esfera resistiría tener el interior vacío.
Quería salir por piernas, pero no recordaba dónde había tirado la ropa y, de hecho, aquella era su cama, en su piso. Le dio la sensación de que su cuerpo y su mente se desconectaban.
—¿Eh?
—La tierra está hueca y en el interior habitan los Reptilianos.
—¿Oh?
—Y debo reconocer que sí que tengo ventaja a la hora de comer chochos —David sacó la lengua, era el doble de larga que la de un humano y bifurcada—. Poder atacar el clítoris desde los dos flancos a la vez es un qué.
—¿Ah?
David se levantó de la cama y, poniendo las manos detrás de la cabeza, empezó a sacarse la piel.
—Debo confesarte que mi nombre no es David. Me llamo Icke.
Icke acabó de desnudarse. Esta vez completamente. Su cuerpo era más esbelto, verde y cubierto de escamas. Su cráneo, también verde y escamado, era pequeño y con forma de huevo.
—Migré de las Cavernas bajo la zona de Leicester en el Reino Unido ya hace ochenta años.
Mariona notó cómo el cuerpo se le reconectaba con la mente, justo a tiempo para desmayarse. No fue consciente del momento que su cabeza tocó la almohada.
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