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Valruspines Edicions

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Yo - un relato bizarro


YO 

 Entrelaza los dedos en mi nuca y estira de mí hasta conseguir besarme. No digo nada. Sigo bombeando, entrando y saliendo cada vez más rápido, mientras observo a Julia estremecerse. No tarda en llegar al orgasmo. 
—Me gustaría tenerte siempre dentro —dice mientras se corre. 
 Con un último empujón, me dejo ir y lanzo el pene al interior de la chica. Cuando se desprende de mi vientre y me separo de ella, no puede evitar sorprenderse, pero el orgasmo sigue su curso. Desanudo sus dedos de mi nuca y le dejo caer los brazos a los costados. Su pubis sigue moviéndose al ritmo de un acto sexual del cual ya no soy parte. 
 Camino a la cocina, examino los restos de piel que cuelgan de mi bajo vientre. No intento reabsorberlos, desaparecerán por si solos durante el siguiente paso. Inspecciono el interior de la nevera hasta decidirme por un cartón de leche, unas hamburguesas y una bandeja abierta con unas lonchas de jamón dulce resecas y retorcidas. Voy bebiendo y dando bocados a la comida hasta acabar con toda. Vuelvo a examinar la nevera, voy a necesitar mucha proteína, sin embargo, no queda nada más que mantequilla, fruta y un poco de lechuga al fondo de un cajón. Cojo la mantequilla y me la voy comiendo camino del dormitorio. 
 Julia sigue inmersa en el orgasmo, la respiración quebrada y el vientre convulso. El sudor le cubre toda la piel visible y su pubis sigue subiendo y bajando al ritmo de la carne que he dejado en su interior. Me siento a su lado y fijo la mirada en sus ojos. El placer sigue ahí, bien evidente, pero ahora se mezcla con el miedo y el dolor. Le pongo una mano en la mejilla y me concentro en sus pupilas mientras noto mi carne y mis huesos retorcerse bajo mi piel. Aparto de mi conciencia las sensaciones de Julia para no dejarme arrastrar por el orgasmo y me concentro en su mente. Lo veo todo: sus miedos y alegrías, sus pensamientos y recuerdos. Memorias de risas y confidencias compartidas, envidias y celos ocultados tras una sonrisa. Venganzas pensadas y nunca llevadas a cabo, favores dados y jamás reclamados. Contemplo sus deseos más ocultos, aquellos que ni siquiera ella cree tener, sueños de violencia y maldad, un ansia por consumir las almas de los demás, como hago yo mismo. Ahora podría volcar parte de mí en su cerebro, enseñarle el secreto, pero no lo hago. Corto la conexión y la dejo corriéndose y muriendo.
 El espejo del cuarto de baño está agrietado en una esquina. La metamorfosis acentúa mis percepciones y capto hasta el más ínfimo detalle. La toalla apesta a agua estancada y bacterias. Puedo captar partículas de mierda por todas partes. Julia debe ser de las que vacían la cisterna con la tapa levantada. Ella. ¿Ella? Ella ya no. Yo. Yo soy Ella. Ahora soy Yo. Su reflejo me devuelve mi mirada. Los ojos son lo único fijo en un maelstrom de actividad. La nariz menguando y desplazándose, acercando los pómulos. Los labios, más gruesos, ocultan el movimiento de los dientes, reajustándose en una mandíbula más pequeña. Pierdo altura aunque mis caderas se ensanchan. Los dedos que tengo apoyados en el cristal se acortan, las uñas más pequeñas y brillantes. Mi piel se retuerce, víctima de los corpúsculos que se desplazan buscando su nuevo lugar en mi interior, destejiendo y tejiendo mis músculos y huesos. Siento la temperatura de mi cuerpo alcanzar cotas febriles que nada tienen que ver con una enfermedad; son debidas al fuego que incinera a quien era antes para conseguir modelar a quien debo ser. Podría irme a la cama, tenderme al lado de Julia y dormir hasta después del cambio. Pero dejo conectado el dolor. A baja intensidad, sigo sintiéndolo. Me parece justo pagar un pequeño precio por el crimen de robar la vida de otro. 
 Ya queda bien poco de la mente de la chica en la carcasa que se estremece en la cama. El orgasmo no se ha detenido en ningún momento y la respiración de la que había sido Julia es cada vez más débil. Pongo un dedo sobre el vientre convulso y, con un pequeño impulso de mi voluntad, aviso a la carne que he dejado dentro de ella que ya puede ir terminando. Me siento en la cama y aparto el pelo húmedo de sudor de la frente. Sus ojos se van apagando hasta que, con una exhalación larga y profunda, desaparece todo lo que una vez hizo de este montón de carne una persona. La piel se me eriza cuando el cuerpo empieza a brillar; mi carne está devorando la suya, transformando en energía toda su materia. Cuando el resplandor se apaga, sobre la cama solamente queda una barra pulsante de músculo, aun con la forma que tenía mi polla mientras tuve una. La recojo con delicadeza y me la llevo a la boca. Baja por mi cuello hasta el centro de mi pecho donde se disuelve para entremezclarse con el resto de las partículas que me forman. 
 Desnuda, me siento delante del espejo del tocador y contemplo mi imagen. Ahora debo decidir quien soy. ¿Sigo siendo Julia, viviendo la misma existencia que ahora, hasta que me canse y busque un nuevo cuerpo?, o ¿desaparezco, reinventándome en otro lugar, con una vida completamente distinta? No necesito decidirme ahora mismo y además, estoy hambrienta. La metamorfosis siempre me deja famélica por mucha energía que consiga durante la transición. Lo mejor que puedo hacer ahora es desayunar y decido bajar a la granja de la esquina a comer dulce. Quizás unos churros y un chocolate caliente me ayuden a pensar que futuro quiero vivir. Meto la ropa, el móvil y todas las cosas con las que llegué en una bolsa de basura y busco con qué vestirme del armario. Los recuerdos de Julia ahora son los míos y escojo sus/mis pantalones vaqueros favoritos junto con una camiseta que proclama que Cada día puede ser un gran día.